Bienes culturales en disputa
Objeto de arduas negociaciones diplomáticas y acciones legales, se multiplican en el mundo los reclamos de restitución del patrimonio cultural que fue botín de guerra de las potencias coloniales y hoy es exhibido en los grandes museos occidentales
Luisa Corradini
Corresponsal en Francia
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Los frisos del Partenón, saqueados por Lord Elgin y llevados a Inglaterra. Foto: FOTOS: CORBIS, GASPA/FLICKR/CC, IESSI/FLICKR/CC2.0PARIS
A su regreso de Estados Unidos en 2008, la emperatriz romana Vibia Sabina recibió a los visitantes en la entrada de la galería Alessandro VII, en el primer piso del palacio del Quirinal. Durante tres meses, la célebre esposa de Adriano y sobrina de Trajano permaneció allí, hierática, para festejar su regreso a Italia tras una ausencia forzada de casi 30 años.
A pesar de sus 2,04 metros de altura y sus 1200 kilos de peso, la estatua de Vibia Sabina había sido arrancada clandestinamente del sitio de Tívoli, donde se encuentra la mansión de Adriano, para terminar transformándose -al término de un complicado circuito entre traficantes, cómplices y encubridores- en una de las piezas más prestigiosas del Museum of Fine Arts, de Boston.
La escultura de mármol blanco de Vibia Sabina es la más imponente de las 68 obras de arte de la Antigüedad que fueron restituidas a Italia en 2008, al cabo de una épica batalla jurídica, por cuatro museos estadounidenses que las habían adquirido ilegalmente: el de Boston, el Getty de Los Angeles, el Metropolitan de Nueva York y el Princeton.
Para poner de relieve ese triunfo, las autoridades culturales italianas organizaron esa exposición en la sede de la presidencia, donde -al igual que Vibia Sabina- todos los objetos expuestos habían sido robados. Allí también estaba el vaso de Eufronio, pillado en una tumba etrusca y devuelto por le Metropolitan Museum of Art, de Nueva York, que lo tenía desde 1972.
Pero no todos los países tienen la suerte de Italia. Gran parte de los tesoros artísticos o etnológicos de las naciones en desarrollo e incluso de potencias emergentes, como China e India, siguen en museos europeos o estadounidenses. Un porcentaje considerable fue robado, expoliado y -es verdad- algunas veces comprado por las ex potencias coloniales. En ese sentido, Africa representa uno de los casos más dramáticos: 95% de su patrimonio cultural está fuera del continente.
Después de años de reclamaciones y solicitudes en vano, la exigencia de restitución por parte de los países de origen se hace cada vez más imperiosa.
Egipto, por ejemplo, pide la devolución de su piedra Roseta al British Museum. Esa extraordinaria reliquia en granodiorita, de 1,12 metros de alto por 76 cm de ancho y 28 cm de espesor, fue hallada por un oficial francés en una antigua fortaleza turca cerca de la ciudad de El-Rashid (Roseta), en el delta del Nilo. Tras la capitulación de las tropas de Bonaparte en 1801, los británicos se apropiaron de la estela. Pero Francia estudiaba desde 1800 una réplica de esa piedra, grabada en su cara principal en griego, en demótico (cursiva) egipcio y en jeroglíficos. Veinte años después, Champollion consiguió descifrar el conjunto y poner fin al misterio de los dibujos que cubren los monumentos faraónicos. El original de la piedra Roseta está expuesto desde entonces en Londres.
Los egipcios también exigen -hasta ahora en vano- el retorno del busto de Nefertiti al Museo de Berlín. La bellísima escultura policroma de la reina egipcia está en Alemania desde 1913, tras haber sido descubierta por el arqueólogo alemán Ludwig Borchardt durante las excavaciones en Tell el-Amarna.
El hipermediático secretario general del Consejo de Antigüedades Egipcias, Zahia Hawass, quiere que Nefertiti sea, al menos, prestada por tres meses a Egipto en 2012 para la inauguración del nuevo Museo de Giza. Pero nada es menos seguro. El Museo de Berlín pretexta que los análisis realizados en 2007 pusieron en evidencia la fragilidad "irrefutable" de esa obra de arte: en vez de ser de piedra calcárea pintada, como se creía, Nefertiti estaría constituida por un núcleo de esa materia, recubierto de capas de yeso que, en caso de golpe o de cambio de temperatura, podrían desolidarizarse y caer. Una "catástrofe" en la cual las autoridades culturales alemanas no osan "ni siquiera pensar".
Egipto reclama igualmente la restitución del zodíaco de Dendera al Museo del Louvre, que lo conserva desde 1821. Se trata de un planisferio que representa el cielo estrellado en proyección plana con las 12 constelaciones del zodíaco. Era utilizado en el calendario egipcio, basado en ciclos lunares de unos 30 días. Esa representación de un zodíaco circular era única en Egipto y estaba colocada en el cielorraso de una capilla dedicada a Osiris en Dendera, cuando fue arrebatada por el general francés Louis Charles Antoine Desaix.
Cada vez más reclamosGrecia, por su parte, libra desde 1983 una lucha sin cuartel para recuperar los frisos del Partenón, mutilados y pillados en 1802 por Lord Elgin y expuestos desde entonces en el Museo Británico. A pesar de la mediación de la Unesco, desde que el 20 de junio pasado se inauguró el nuevo Museo de la Acrópolis, en Atenas, la sala reservada a esos famosos fragmentos sigue obstinadamente vacía. Gran Bretaña ha propuesto prestar algunas de esas piezas, a condición de que los griegos reconozcan la propiedad del Reino Unido. Una concesión imposible para las autoridades helénicas, que consideran esa restitución como una auténtica causa nacional.
A esos casos emblemáticos se agregan varios centenares más. Desde 1987, la Unesco media en el litigio que enfrenta a Turquía con el Museo de Berlín. Los turcos reclaman la Esfinge de Bogazkoy, una escultura hallada en el sitio de la antigua capital del imperio hitita.
Tanzania es otro país que acudió a la Unesco en 2006 para reclamar una máscara ritual en poder del gran coleccionista suizo de artes primeras Jean-Paul Barbier-Mueller. Por el momento, sin ningún resultado.
Esos reclamos, que no cesan de aumentar, revisten las formas más variadas.
Turquía, por ejemplo, ha decidido pedir a Italia que le devuelva la osamenta de San Nicolás, expuesta desde principios del segundo milenio en la basílica de Bari (sur de Italia) que lleva su nombre. San Nicolás, natural de la actual Demre (sur de Turquía) es, según la tradición, el inspirador de la figura de Papá Noel.
"Esos huesos deben ser expuestos aquí y no en una ciudad de piratas", declaró hace poco el ministro turco de Cultura, Ertugrul Günay.
A veces, algunas de esas exigencias son satisfechas. En 2009, Italia restituyó a Bulgaria 3000 objetos romanos y bizantinos pillados en excavaciones clandestinas. Perú devolvió a Irak tres tabletas con escritura cuneiforme de origen mesopotámico, recuperadas en 2003 en el aeropuerto de Lima. Suiza entregó al Líbano una cabeza de mármol del siglo III a. C., robada en 181. En marzo pasado, Francia restituyó a Israel unos 40 relojes antiguos por un valor de diez millones de dólares, que habían sido robados al Museo de Artes Islámicas de Jerusalén en 1983. Ese mismo mes, Grecia devolvió a Italia dos frescos del siglo XIII, sustraídos en 1982 de una iglesia de Caserta. Holanda aceptó devolver a Ghana la cabeza de Badu Bonsu II, un rey probablemente ejecutado por las tropas holandesas en los años 1830.
Diplomacia e intereses políticosEn la mayoría de esos casos, las decisiones respondieron a intereses políticos.
A mediados de diciembre, Francia restituyó a Egipto cinco frescos faraónicos conservados en el Louvre y reclamados por El Cairo. Compradas "de buena fe" por el Louvre en una sala de subastas de París, a comienzos de los años 2000, esas pinturas murales habían sido robadas en Luxor, hace más de 30 años, en una tumba de la XVIII dinastía.
Detrás de cada antigüedad recuperada por Egipto está la mano de Zahi Hawas.
La última pulseada entre el célebre museo francés y Hawas -que llegó a "cortar relaciones diplomáticas con el Louvre"- concluyó con una decisión política del presidente Nicolas Sarkozy, que necesita la colaboración del presidente egipcio, Hosni Moubarak, para hacer progresar sus proyectos estratégicos en la región del Mediterráneo.
"Fue una victoria por KO", se ufanó Hawas. "Humillar al Louvre, ponerlo de rodillas y manchar su reputación con un perfume de escándalo servirá de ejemplo y pondrá al resto a reflexionar", argumentó.
A fin de proteger los sitios arqueológicos del pillaje, la mayoría de los países ha adoptado legislaciones que prohíben la exportación de bienes culturales. Desde hace años está jurídicamente establecido que, cuando una de esas obras deja su territorio de origen, es objeto de un "tráfico ilícito".
Desde 1970, una convención de la Unesco define las medidas necesarias para prohibir e impedir la importación, exportación y transferencia de propiedad ilícita de bienes culturales. Hasta este momento, cien países se han comprometido a respetar ese documento que marca la frontera entre lo que se puede y no se puede reclamar.
En 1980, la organización creó un comité intergubernamental de 22 miembros, encargado de "promover el retorno de bienes culturales a sus países de origen o su restitución en caso de apropiación ilegal".
Sin embargo, hacerlas regresar no es tan fácil. Cada caso es particular y argumentos legales no faltan. Los grandes museos, por su parte, se han dotado de reglamentaciones que los ponen al abrigo de numerosas de esas exigencias.
Ante el flujo cada vez mayor de reclamos, los museos de Europa y de Estados Unidos emitieron en 2002 una declaración conjunta estipulando que los objetos adquiridos en épocas remotas deben ser evaluados teniendo en cuenta los hábitos y las apreciaciones relativas a la coyuntura histórica. En otras palabras, hay que distinguir entre el robo y el tráfico ilícito, por un lado, y las demandas de restitución de piezas que son fruto del botín de guerra, el saqueo colonial o las compras dudosas a lo largo de los siglos.
"La restitución de una obra de arte es obligatoria únicamente cuando se trata de un robo caracterizado, sancionado por el derecho penal. La devolución sistemática de todo bien cultural tendría consecuencias nefastas", precisa Jean-Paul Chazal, abogado especialista en restitución de obras de arte. "Los museos, por ejemplo, dejarían de ser universales. Es innegable que el patrimonio de los grandes países occidentales también está constituido por la cultura de los otros", señala.
Además de esas distinciones, hay quienes consideran que hay dos categorías de bienes culturales: las obras móviles (pinturas, muebles, etc.) y los vestigios provenientes de monumentos. "Los primeros estuvieron siempre destinados al intercambio. Como la cerámica china que es, por definición, un producto de intercambio. Si esas obras han sido adquiridas legalmente, no veo por qué representarían ahora un problema", precisa Jean-Paul Desroches, conservador general del Museo Guimet de París.
A juicio de Desroches, no se puede decir lo mismo cuando se trata de vestigios o partes de monumentos: "Esto significa que se lo ha mutilado, afectando la coherencia de un conjunto", explica.
Como en el caso de los frisos del Partenón, cuando una obra de arte es irreemplazable para el país que la reivindica, los expertos estiman que podría crearse un sistema de convención entre ambos Estados. "El Partenón es la fuente misma del espíritu griego. ¿Es posible admitir que una parte de ese espíritu permanezca en el Museo Británico?", observa Jean-Paul Chazal.
Los responsables de museos occidentales, sin embargo, no ocultan su hostilidad a esa teoría. La mayoría de esos expertos considera que ciertos objetos fundamentales para la cultura universal están mucho menos protegidos cuando son restituidos a sus países de origen. "Con frecuencia, esos mismos objetos reaparecen en el mercado o se degradan irremediablemente por falta de condiciones adecuadas de conservación", señala Germain Viatte, director de la Museología del Museo de Artes Primeras del Quai Branly, de París.
Para esos especialistas occidentales, las grandes obras de arte pertenecen sobre todo a la cultura universal y tienen su propia historia, que incluye las guerras que provocaron su emigración y los pillajes que padecieron. Esto forma parte, insisten, del devenir de la humanidad.
"La apropiación de obras de arte -producto de botines de guerra, violencia y pillajes- alimentó siempre la creencia de que el arte de las generaciones precedentes o de países remotos fertilizará el arte de la propia sociedad. ¿Acaso el arte griego no fue trasladado a Italia por los romanos que se inspiraron de él?", señala Jean-Paul Desroches. "Esa constatación no pretende justificar el robo o la expoliación. Pero es necesario aceptar esta ley de la humanidad. La cuestión que se plantea a través de la mayoría de las exigencias de restitución -concluye- consiste en determinar si es posible reconstruir totalmente la historia".
© LA NACION
Creo que lo equivocado de esta Nota es no profundizar en el tema del delito y las mafias que se mueven en el tráfico ilícito de bienes culturales. Cordiales saludo, Abel Ferrino
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